Capítulo 1 «Vas a ser Suya»

1

viaje al centro de la tierra

 

  “Mi corazón es el único que late en este mundo despoblado”
Julio Verne
Charlotte

    Hola, me llamo Carlota, pero deberían llamarme Murphy porque ese patrón de pesimismo universal que reza que «si algo puede salir mal, saldrá mal», me representa totalmente.

Haga lo que haga, todo acaba torciéndose en mi vida. Y no es una cuestión de suerte, sino de probabilidad. ¡Estoy gafada!

Lo digo a nivel general, aunque la parte amorosa se lleva la palma. Tengo el gusto atrofiado para los hombres, solo me gustan los complicados, a poder ser, con problemitas. La gente demasiado feliz me da mala espina. No me la creo. Porque al final del día todos luchamos contra nuestros demonios. Y si no los tienes, es que eres tú.

Ahora bien, hay quien se busca problemas, como una servidora…

Seguramente me merezca todo lo que me pasa por ser una de esas almas ingenuas que confía demasiado en la bondad de los demás, sobre todo si el sujeto es guapísimo. Esos son mi debilidad.

Mi tendencia a complacer a todo el mundo tampoco ayuda, a menudo tengo la horrible sensación de que la gente se aprovecha de mí, pero hace poco tomé una decisión vital, de esas de la hostia, y me prometí a mí misma que iba a empezar a vivir de verdad. Me dije que ya era hora de embarcarme en una auténtica aventura más allá de las páginas de las novelas románticas en las que me gusta evadirme. ¡Se está tan bien entre crushes y finales felices…!

Pero esto es el mundo real y aquí nadie te regala nada, en todo caso, hace «colaboraciones». Y en eso el universo es tu mejor aliado.

En estos tiempos, si crees en el destino estás perdido, no obstante debes estar atento a las señales. Que las hay. Porque si no captas que tu vida está a punto de dar el vuelco más emocionante, brutal y aterrador que podrías desear cuando, al salir del trabajo, tres maromos, a cuál más atractivo, están esperándote apoyados en tu Hyundai de tercera mano, es que estás ciega.

¿Qué quieren de mí? No tengo ni idea. Pero aquí están. La santísima trinidad de la universidad de Brisbane. Los Peaky Blinders del condado. Los Lanister, si esto fuese Juego de Tronos. Perdonad mi «serieadicción», prometo mantenerla a raya.

En realidad, a ellos los llaman Los Morgan. Todos lo son, uno hasta intercambió los apellidos de sus padres para serlo, y jamás pensé que pudieran necesitar algo de una simple mortal como yo. Pero lejos de sentir un saludable miedo, me puede la curiosidad. Así de aburrida estoy.

¿Cómo no?

Desde que llegué a Byron Bay me he sentido INVISIBLE.

En Madrid tenía a mi grupo de amigas inseparables desde los seis años, todas superfans de los dibujos chibi. Nos hacíamos llamar Las Unimals, mitad unicornias mitad animales. Mi mejor amiga Claudia y yo ya apuntábamos maneras al elegir ser la «zorrita» y la «conejita», aunque Valeria e Iris no se quedaron atrás apostando por definirse como una perra y una gata en celo. Estudiábamos en un colegio público de los suburbios de la gran ciudad y os aseguro que era completamente feliz en mi miseria.

Tenía planeado el resto de mi vida sin necesidad de grandes lujos, me bastaba con encontrar el amor. Para mí, lo más valioso del mundo.

Empezaría compartiendo piso con mis amigas mientras estudiaba un módulo de formación profesional de auxiliar de laboratorio. La química era mi mundo. Me encantaba mezclar sustancias y analizar sus reacciones. Mi padre me inculcó ese gusanillo compartiendo conmigo su pasión por la cocina; porque el arte de guisar es pura química. La serie Cocina con Química lo confirma. ¿La habéis visto? Sorry, me centro.

Su maestría con los fogones hizo que terminara trabajando en uno de los mejores hoteles del centro, y un buen día, un huésped preguntó personalmente por el artífice del mejor bacalao al pil pil que había probado en su vida.

Esa misma noche, mi padre llegó a casa con una oferta de trabajo irrechazable bajo el brazo y mi llorera descomunal no se hizo esperar.

—¡No quiero mudarme a la otra punta del mundo!

—Es una gran oportunidad, Carlota…

—¡Pues id vosotros! ¡Yo tengo mi vida aquí! ¡Ya soy casi mayor de edad y quiero quedarme con mis amigas! Trabajaré y estudiaré a la vez. ¡Ese siempre ha sido mi plan!

—El señor Ferguson me ha ofrecido pagarte los estudios en la universidad de Brisbane. ¡Es una gran oportunidad para ti!

—¡Por mí puede metérsela por el…!

—¡Carlota…!

—¡Quiero quedarme aquí!

—Hija… —intervino mi madre—. Harás nuevas amistades en Australia, ¡y a tus amigas no vas a perderlas! Al final, cada una hará su vida. La etapa colegial ha terminado y todo va a cambiar.

—¡Pero no puedo alejarme tanto de ellas! —exclamé angustiada.

—Y nosotros no podemos vivir tan lejos de ti —replicó con tristeza—. Vas a venir. La decisión está tomada. Todavía eres menor.

¡Maldita fuera por haber nacido a final de año!

El berrinche me duró semanas. Hasta se me pasó por la cabeza escaparme de casa, pero siempre había sido una buena chica y no tuve el valor de darle ese disgusto a mis padres. Soy una blanda Estoy en ello…

Al parecer, el nuevo jefe de mi padre era un ricachón australiano que buscaba un chef español para que le cocinase tanto en su mansión como en su yate de recreo. Pagaba muy bien, pero vivir en un pueblo tan turístico y lleno de famosos como Byron Bay era más caro de lo esperado. Lo que compensaba la oferta, además de un entorno que parecía el paraíso, era que iba a pagarme los estudios en una prestigiosa institución que me abriría muchas puertas el día de mañana, y más con una media de sobresaliente como la mía.

Nunca le di mucha importancia a mis buenas notas porque tenía facilidad para el estudio, con leerlo una vez, ya retenía hasta el último detalle. No tardé en llamar la atención de los profesores. Esa faceta ayudó a magnificar mi tara social por ser la nueva, la lista, la española y la diferente… Y sin verlo venir, me colgaron la etiqueta de empollona aburrida y pedante.

Intenté acercarme a un par de grupos de chicas, ¡juro que lo intenté!, pero no salió bien. Yo me mostraba simpática, pero allí todo el mundo parecía tener un flow lugareño del que yo carecía. Era como vivir en el mundo de Barbie y ser la rara con el pelo cortado a jirones y la cara pintarrajeada de boli.

Hice amigos, no penséis mal, pero eran alumnos que dedicaban mucho tiempo a estudiar para alcanzar sus brillantes resultados, y cuando descansaban, se ponían a jugar al Minecraft en línea con gente de otros rincones del planeta.

Lo tenía crudo para echarme novio. Los Kens no me querían, y mi cabeza no era lo suficientemente cuadrada como para interesar a los gamers. El único al que llamé la atención fue a un profesor que me doblaba la edad y con el que flipé cuando vi que enrollaba uno de mis mechones de pelo en su dedo mientras observaba mi boca con deseo.

Todo mi cuerpo se electrificó al darme cuenta de lo que pretendía. Era un hombre bastante atractivo al que idolatraba, y cuando atrapó mis labios, le continué el beso sin pensar. Por poco exploto allí mismo. Después de ese arrebato, tan inevitable como inocente, se me cortaba la respiración cada vez que me miraba en clase explicando la lección. Y probablemente la cosa hubiera ido a más si no llego a enterarme de que estaba casado y esperando su segundo hijo. Murphy no falla… El cabrón me puso un ocho con cinco en el examen final con la única intención de que fuera a su despacho a reclamar la nota. Estaba claro que quería volver a estar a solas conmigo, pero no acudí. Lo dejé pasar y me olvidé de él. Ya encontraría otra distracción masculina menos inmoral.

En casa seguíamos necesitando dinero. Mi madre tenía experiencia como dependienta en España, pero no entendía ni papa de inglés, lo cual era un hándicap para conseguir empleo en aquel lugar. También lo era su edad; las agencias demandaban a chicas cada vez más jóvenes para cubrir servicios y la aportación económica de mi madre se redujo a plantar un tenderete improvisado en la entrada de la playa para vender collares artesanales a los turistas. Siempre se le dieron bien las manualidades.

Por mi parte, servir bebidas en el pub más cool del pueblo era mi único aliciente social, pero con Kitty y Mandy detrás de la barra, yo era, como he dicho, prácticamente invisible.

No podía competir con unas gemelas de pelo rubio platino, cuerpo escultural y las tetas más grandes que sus cerebros. A su lado, las mías, que no son pequeñas, parecían desinfladas. O quizá solo estaban deprimidas por que nadie las tocase…

La hostelería me volvió más irónica de lo habitual, mientras que ellas desprendían tan buen rollo que parecía que iban todo el día colocadas.

Recuerda: desconfía de esa gente. No hay un yin sin un yang. Si te pasas de listo, tarde o temprano, una turbulencia kármica te pone en tu lugar. Y la mía son LOS MORGAN apoyados en mi coche. ¡Al fin el universo me recompensa!

—¿Eres Charlotte? —me pregunta el líder.

Ah, que no lo he dicho. En Australia soy Charlotte, no Carlota. Me lo cambié por si era un problema de pronunciación. Pero no. Me ignoran igual.

Su inglés es perfecto. Pero les he oído hablar español entre ellos y lo prefiero.

—Podéis llamarme Carlota. Soy española.

Disfruto de su cara de estupefacción en contrapunto con la cara que han traído de pagados de sí mismos. Pero tampoco me sorprende, en la universidad los perseguían como si fueran Beatles. No había chica que no quisiera trepar por ese árbol genealógico… Los tres están rematadamente buenos y son ricos, pero la cosa no termina en una belleza clásica y coches caros, está conjugada con una actitud arrolladora que denota que pueden conseguir cualquier cosa que deseen. Lo que sea… Sobre todo él, Lucas Morgan.

Nadie osa llamarle por su nombre real, todo el mundo recurre a su apellido para referirse a él, Morgan, como si fuera un estandarte. Uno al que no te conviene cabrear si no quieres ser víctima de un desequilibrio cósmico la mar de espeluznante.

No sé cómo explicar lo poderosos que son. Cuando llegan a un bar, si su mesa habitual está ocupada, la gente se levanta para cedérsela. Nadie quiere problemas con ellos.

Y no es que sean tipos peligrosos, es que no puedes dejar de mirarlos como si fueran un accidente de la naturaleza.

Antes de continuar hablando, me pregunto si lamentaré haberlos conocido. Temo que supongan una debacle en mi vida que ni la Ley de Murphy sea capaz de soportar, pero algo me dice que no voy a poder resistirme a lo que quieren de mí por muy loco, sucio o peligroso que sea.

—¿En qué puedo ayudaros?

a

LIBRO EN DIGITAL (amazon)https://shorturl.at/iHP06

LIBRO EN PAPEL: https://rb.gy/6my7u3