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Prólogo Jaque al duque

«La jugada está ahí, pero necesitas verla»

Savielly Tartakower

Viernes 6 de marzo

—¡No dispare! —grita el hombre al que estoy apuntando.

Y no me extraña. Seguro que ha captado que ganas no me faltan. Ha tenido a medio país en vilo durante las últimas cuarenta y ocho horas.

Mi compañera se acerca a la cuna que hay situada en un rincón de la estancia y, sin dejar de apuntarlo, comprueba el interior.

—¡Parece estar bien! —la oigo, aliviada.

Yo no pierdo de vista al secuestrador en ningún momento.

—Date la vuelta —le ordeno sin esperar que obedezca a la primera.

—También es hijo mío… —farfulla con rabia.

—Pues pelea por él en los tribunales, en lugar de llevártelo por la fuerza. Date la vuelta, ¡vamos! Te recomiendo que no empeores las cosas.

En cuanto se vuelve, no pierdo ni un segundo en reducirlo con una maniobra que le sorprende y le hace soltar una queja.

—Lo tenemos —informa Keira por el walkie-talkie—. Que traigan una ambulancia, el bebé presenta signos de deshidratación.

En cuanto oigo ese detalle cierro las esposas con un poco más de fuerza de la necesaria, arrancando otro alarido al detenido.

—No te muevas de aquí si no quieres terminar con una bala en cada rodilla —le digo antes de levantarme e ir hacia mi compañera, quien me regala una gran sonrisa. A veces creo que solo vivo para seguir provocándole sonrisas como esa; no suele ofrecerlas gratuitamente.

Chocamos los antebrazos, como siempre hacemos cuando resolvemos un caso peliagudo en tiempo récord, y nuestras miradas de satisfacción prometen materializarse en un polvo violento a modo de celebración al final del día. Es casi un ritual entre nosotros.

Keira no es una policía del montón. Desconozco cómo funciona su corazón, pero su mente lo hace de una forma completamente distinta a la de los demás. Adicta al ajedrez y estudiosa consumada de jugadas, sus neuronas se saltan los límites de velocidad obedeciendo patrones complejos que no he visto en mi vida. Podría decir que no existe nadie como ella, pero a buen seguro hay por ahí algún niño prodigio que la iguale en su capacidad de ir siempre tres pasos por delante.

Recuerdo la primera vez que se lo dije. Me sonrió con una mirada de listilla señalando las letras impresas de su mochila: ALWAYS THREE STEPS AHEAD. Al parecer es una conocida marca de merchandising de ajedrez, de la que tiene varios artículos y prendas de ropa, y yo creyéndome original al mencionarlo… Un día aparecí con una camiseta de la marca, y al verme le entró uno de esos ataques de risa que indican que tienes a alguien en el bote.

La observo en silencio mientras rebusca entre las pertenencias del detenido. Coge su teléfono y anota las últimas llamadas de hoy. Como os digo, siempre tres pasos por delante para hacer justicia con el pequeño Liam.

Ayer, en cuanto nos llegó el aviso del secuestro, fuimos rápida­mente a interrogar a la inconsolable madre. Sabemos lo mal que pintan los casos como este en los que lo único que el agresor pretende es castigar a su expareja provocando daño a los hijos, pura violencia vicaria. Pero la mente de Keira se puso a trabajar, haciendo gala de ese extraordinario talento ajedrecístico con el que suele comparar todo tipo de situaciones vitales con el famoso juego.

—¿Qué clase de pieza es esta persona? —se preguntó en voz alta.

No le costó mucho discurrir que el sujeto en cuestión solo era un peón con un terrible delirio de ser rey. Un hombre que se pasaba los días tirado en el sofá, proyectando mil trucos para hacerse rico sin tener que mover un dedo mientras su madre le mantenía activa la cuenta de Netflix y le llenaba la nevera de táperes.

«Un peón al servicio de la reina», caviló. Y es que nunca hay que desafiar las ansias de una abuela por pellizcar mejillas regordetas.

Pusimos en marcha un dispositivo para captar su vehículo en las cámaras de tráfico desde el momento en que raptó al niño en plena calle, pero Keira tenía otra táctica que, según me explicó, había aprendido en la serie Lucifer: la estrategia de preguntar a los testigos qué era lo que más deseaban. Aunque ella la había adaptado a: «¿Cuál era su adicción?».

—Nada da más pistas sobre una persona que saber a qué es adicta… ¿Qué obsesionaba a Marco? —preguntó a la mujer—. O ¿qué sueños tenía? ¿Dónde ha podido huir para estar cerca de ellos?

No sé lo que habría pasado si ella hubiese respondido otra cosa, pero dijo: «Italia. Siempre ha querido ir a Italia. Su comida. Su gente. Su historia… Está obsesionado con ese país», y Keira se puso en acción como impulsada por un resorte. Cogió su teléfono y mandó un audio a Alicia, nuestro contacto en la base.

—Pide una orden. Necesito la relación de compras o alquileres de propiedades en Italia por un español en los últimos tres meses. También la lista de pasajeros que viajan hoy y mañana hacia Italia acompañados por un menor que no ocupa asiento.

Cuando fuimos a la vivienda habitual de la madre de Marco y nos encontramos con el piso vacío, sonaron todas las alarmas. ¿Mudanza rápida a la vista?

De las siete personas que viajaban con un bebé hacia la Toscana, solo dos aparecían en las bases de datos de hoteles cercanos al aeropuerto. Y el secuestrador resultó ser nuestra primera opción.

Lo de Keira era magia. Antes de tener resultados, ya estaba barajando otras dos posibilidades. Y eso con prisa; imaginaos cómo funciona cuando dispone de un poco más de tiempo.

Mi inevitable atracción sexual por ella es como tener hambre constantemente, una sensación molesta que soporto con resignación. Pero cuando llego a mi límite de admiración no me queda más remedio que plantarme en su casa a altas horas de la noche para, sin mediar palabra, lanzarme a besarla.

En esas ocasiones no solemos llegar a la cama. Cualquier superficie me parece buena para quitarle la ropa a zarpazos, venerar cada rincón de su cuerpo y dar gracias a Dios por que me deje invadir su intimidad, algo que, por cierto, no es nada fácil.

Keira es una de esas mujeres, tan raras como interesantes, que desprenden un aura de fuerza, arrojo e inaccesibilidad brutal. Es una Daenerys de la Tormenta, una Cersei, es Brienne de Tarth… Perdón, intento buscar un ejemplo que no tenga que ver con Juego de Tronos, lo que ocurre es que esa serie me tiene obsesionado, aun habiendo pasado años desde su retransmisión. Pero hablo de esa mirada… Esa mirada coraje que te avisa de que no tiene un pelo de tonta.

Cuando esa misma noche se cumple nuestra profecía sexual, mi mano se cuela en sus bragas y su humedad me chiva que ha estado fantaseado con que vendría. Sumerjo dos dedos en su excitación y gime al entender que voy a follármela como nos gusta. Sin florituras ni romanticismo engañoso, sino que será uno de esos polvazos más eficaces que el Prozac.

Nuestros encuentros son así. Solo resuellos y gemidos matizando nuestras miradas cómplices. Aplaudiendo el sinsentido. Aceptando la locura que nos embarga cuando formamos tan buen equipo y disfrutamos de su apropiada recompensa.

Luego la nada. Ni un café.

Cuerpos vistiéndose sin arrepentimiento. Un último beso cohibido. Un «hasta mañana» oficial. Sin un «te quiero». Sin un «me importas». Sin un «esto no cambia nada». Aquí paz y después gloria.

Ni siquiera nosotros sabemos lo que somos, pero nos da igual mientras no nos haga sufrir.

Capítulo 1

«Solo un jugador fuerte sabe cuán débil es su juego»

Savielly Tartakower

Jueves, 12 de marzo

Como inspectora de policía que soy, sé que hay casos y «casos».

El de esta semana es el típico que nadie querría tener encima de su mesa, y menos yo, que soy alérgica al famoseo.

Cuando zapeo no aterrizo en debates rosas ni por equivocación, pero si mi jefe me implora que resuelva en tiempo récord el caso que nos ocupa con esos ojillos deseosos de jubilarse con honores, yo obedezco.

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Buceé en mi ordenador y encontré el email nuevo.

Y ahí estaba, desatando el caos en la línea del asunto, el sujeto principal de esta maldita investigación: Ástor de Lerma.

Un tío tan famoso que hasta yo sabía quién era.

-CONTINUARÁ-